...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

La Couteau 25



El Justiciero es un trastorno.

El Justiciero es un trastorno obsesivo compulsivo. Le gusta coleccionar de todo, desde chapitas de botellas hasta fotos de personas desconocidas o ideas inconclusas. Al Justiciero le gusta coleccionar destinos de otros.

Cuando niño -abandonado por sus padres en una caja de zapatos como gesto de una nueva “gestión” así mencionada por los periodistas de la competencia cristiana que no aceptan el término ampliamente manipulado en situaciones de abortiva necesidad- fue recogido por una loba, la cual le dio de amamantar hasta que se hizo fuerte y pudo tener conciencia de que sus cuatro patas tenían habilidades distintas de las de su (ma)madre. Así, el licántropo de crianza, mas no de transformación, se hizo hombre
y salió en busca de su destino.
El Justiciero recogido una segunda vez en su despreciada vida, pero esta vez no por una loba sino que por un vampiro, fue enseñado en el arte de la oratoria, las nobles virtudes de la lisonjería y en el arcano y tribal rito de la sangre como signo de poder e inmortalidad. No obstante, el intento de su protector de incluirlo en las filas de los
malditos (así reza la autobiografía señalada en el Necronomicón por el Conde Wampyr) fue en vano, ya que el Justiciero haciendo honra al ancestral desafío entre licántropos y hemófagos se negó a darse vuelta la camiseta, siendo que él mismo se hallaba ya confundido con tantas culturas, naturalezas y aprendizajes embutidos en su figura -diríamos- de alfeñique.
El Justiciero, cuya vida era una burla a un destino no encontrado, siguió buscando en lejanos parajes, más allá de los Cárpatos e incluso sobrepasando los Montes Urales.
De esta forma, en un exilio autoimpuesto alcanzó el ferrocarril transiberiano y conoció tundras congeladas donde encontró descanso a su atormentada e indefinida existencia.

¿Serán estos aires de gélida corteza los que tracen con surcos en mi piel una historia jamás habida, pero siempre ilusionada?
¿Serán estos pastizales yermos los que den firmeza a un suelo que constantemente tiembla bajo mis desorientados pies?
¿Encontraré un trabajo aquí donde no me pregunten qué sé hacer?

Y como por ordenanza bíblica, una tercera vez fue el Justiciero recogido, pero esta vez no por una loba ni un vampiro, sino más bien por una feminista descendiente del linaje revolucionario ruso, ése que se levantó desafiante en un octubre proletario allá por 1917, allá cuando los albores del siglo eran teñidos de un rojo intenso. Kollantai decían que era su apellido...

¿Será este el destino que estaba buscando?

Бабушка Alexandra,
ayúdame a pronunciar el nombre de mi nueva hermana:
¿Banya, Bannlla o Banja?