...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

La Couteau 36



La estrella del Rock o un collage de pornos.



¡Oh, Justiciero! ¿Qué apenada desgracia ha caido en tus sienes?

¿Qué hilo presiona tu ceño para que siempre esté fruncido?

¿Qué bolo alimenticio cuelga de tus belfos tan entristecidos?

¿Qué ángeles y demonios brindan en tu mirada?

¿Qué tanto romanticismo abunda en todas tus frases????



El Justiciero deambula por veredas claras, oscurecidas de vez en cuando por la sombra de luces apagadas y negocios llamativos con sus puertas abiertas de música atrevida. Afiches de tiempos olvidados con personajes de moda y otros de estrellas de rock recién pegados colorean paredes salpicadas de pintura kitsch.



Son hermosos ruidos, que salen de las tiendas, atraviesan a la gente y les mueven los pies. Baterías marchantes, guitarras afiladas. Voces escépticas que cantan de política.



Insectos bípedos con chaquetas de cuero raído y negro trasnochado intercambian fonogramas y discos piratas. Otros insectos que no les parece correcto el copyleft compran y manosean productos recién llegados; contemplan y babean con envoltorios cerrados, ansiando sacarles su dispositivo de seguridad y justificarlos en el equipo double surround de su hogar, dulce hogar.

Un revoltijo de emociones y sonidos.

We are sudamerican rockers


¡PUAJ! Una lágrima centellea en su párpado tembloroso.

You are rocker sudamerican


¡PUAJ! El vómito revela una búsqueda insatisfecha.

El Justiciero sólo encuentra la sombra de una daga, una bota puntiaguda cerca suyo y una voz aterciopelada que pronuncia:



¡Oh, Justiciero! Qué ridícula imagen contemplo.

Qué atragantamiento tan insultante escucho.

Qué pesadez Estomakal enseñas.

No indica acaso ese vómito que ¿UD. NO ENTENDIÓ LO QUE YO LE PEDÍ?



¡ZAS!



No atiendas el mensaje, atiende los golpes. Decimos lo que sabes, pero sabemos cómo hablar. Es como rock’n’roll, pura música basura, un poco transformada para que suene igual... Elvis, ¡sacúdete en tu cripta!



La Couteau 35


 ¿Qué tiene que ver el tocino con la velocidad?

Nada, absolutamente nada. Al igual que las nónadas cuyas funciones no sirven para nada y están ahí como ganglios en nuestra panza que digieren la blancura de momentos vacíos, de vertederos abandonados, de depósitos de memoria hace tiempo olvidados.
Las nónadas también se extienden a lo largo del cerebelo, enredándose en la hipófisis y decantando en las arterias que alimentan nuestra carne, dermis-tatú del paso del tiempo. Nos nutrimos de nónadas y así dejamos que Siberia sea una estepa fría.

La gente me señala
me apuntan con el dedo
susurra a mis espaldas
y a mí me importa un bledo,
qué más me da
si soy distinta a ellos
no soy de nadie,
no tengo dueño.

El aire trasquila las pestañas y enmudece cualquier deseo, todo cae en silencio y hay sordera de pasos rutinarios. Pareciera que las capas de hielo bajo mis botas reclamaran un tocino de mejor calidad, pero ¿qué hago yo si me gusta ir al bio-markt?

Yo sé que me critican,
me consta que me odian,
la envidia les corroe,
mi vida les agobia,
¿por qué será?
yo no tengo la culpa
mis circunstancias les insultan.

Los ácidos estomakales tampoco tienen nada que ver con las nónadas, es todo un jugo imaginario y las reglas están escritas en un idioma raro. No me acelero, pues sino quedaré hecha nieve petrificada en estas tierras del extremo ural.

Mi destino es el que yo, decido
el que yo, elijo para mí
¿A quién le importa lo que yo haga?
¿A quién le importa lo que yo diga?
Yo soy así, así seguiré nunca cambiaré.

bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit -a qué velocidad volarán las moscas en Alaska?- bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit -shhhhh- -shhhhh- bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit -pregunta... pregunta al Rey, él todo lo sabe- bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit bit -shhhhh- -shhhhh-

El Rey está muerto.

 !ZAS!


La Couteau 34

 

Embriaguez de ausencia.


Mis ánimos contigo
comenzaron y terminaron en una botella de ron.
Trago a trago degusté el ardor
quemando mis labios, paladar y garganta. 

"Me embriagaba 
cada vez más" 

El mareo en mis ojos, mis mejillas
sonrosadas y la alegría chispeante.
Veía mi respiración
humeante y tras un velo tu rostro igualmente
concentrado. 

Nuestros vidrios entrechocaban e íbamos cansándonos.
Quizás boté el
cenicero y tú te tropezaste con la mesa,
pero el ron no terminaba. Y la noche
iba tambaleante hasta que ya no
sentía la realidad.

Me embriagaba cada vez
más”

Decidimos matar la botella
y así como mi vaso quedó vacío, de igual
forma dejé mi corazón.
Supe que nada más pasaría. Te dije que
te amaba, que quería un hijo tuyo
y comencé a llorar. Tú no
contestabas y tan vacío como estabas
me llegó tu silencio.

Caí dormida en el
piso y la mañana me reveló que todo
fue mi imaginación. Nunca estuviste,
sólo vi una mujer borracha y una botella
de ron sin nada que contar.

El catalejos cayó suavemente en el pecho de quien observaba la patética escena matutina. Un suspiro quebró el aire de la habitación bauhaus con la simple mesita de colores rojo y blanco, mientras los mismos labios hacían eco a la voz del Rey, sonora y emotiva
...On a cold and gray Chicago mornin’
a poor little baby child is born
in the ghetto

And his mama cries
‘cause if there’s one thing that she don’t need
it’s another hungry mouth to feed
in the ghetto

La Couteau 33


Y las palabras no alcanzan
Y el cansancio de hablar
Y una voz que no llega
Y los ruidos se acrecientan

Je suis malade,
apportez moi le couteau

Tenía 20 años cuando fue la primera vez que se enamoró. Era un danés que había aprendido francés cantando las canciones de un grupo belga llamado Les Tueurs de la Lune de Miel. En realidad, a ella nunca le gustó mucho la música que él escuchaba, pero le fascinaba esa tenebrosa pasión que emergía cada vez que él –el danés- caía en su cama y con ojos leyendo las letras en el techo vociferaba la melodía de cualquier track. Siempre que esto ocurría, ella lo observaba y esperaba excitada el momento final del track en que él se sentaba, dirigía la vista hacia ella y con ese extraño acento le decía:

Ye zuiz malad
aporrté mua le kuttó

Entonces, ella reía; reía fuerte.
Se acercaba y con agilidad estudiada y práctica asimilada, desenfundaba su cuchillo –nunca estaba sin él; siempre lo tenía en su bota izquierda, en el lado interno del blando cuero que la ayudaba a caminar por tantos caminos...- y después de dar los primeros pasos de una danza de tribus mongolas se lo entregaba.
Entonces, él la besaba; la besaba fuerte.

Tenía 24 años cuando fue la última vez que escuchó al danés decirle esa frase que a ella tanto cautivaba.
Tenía 24 años cuando fue una vez más en que una decepción emocional le quitaba lo que ella tanto había querido.
Tenía 24 años cuando fue la primera vez que vio un hombre ahorcado.

« La qualité principale des Tueurs de la Lune de Miel ­ et le défaut qui les immola prématurément sur l'autel de la pop eighties ­ était qu'ils voyaient tout en double. Drame récurrent chez les artistes en particulier, ils étaient furieusement schizophrènes »

Ma radio, ta radio, votre radio.

Vous n’avez pas compris ce que j’avais vous demandé”.
..
...
Mi dureza necesitaba un bálsamo que le quitara el dolor
Ahora ya soy mi propia cura
Finalmente te conocí.

La Couteau 32


Una es nadie y dos son un par.

Pero como dirían algunos entendidos en la materia sin color: "...pero tres son multitud"

Érase una vez varios depósitos de la memoria individual que pretendían ser colectivos y además querían dejar su huella en la faz de la tierra, como si no hubiera ninguna entretención mayor que la de tirar piedras a la ventana de los autos.
Un día uno de estos depósitos engordó por tantos chocolates comidos y sintiéndose orgulloso de su estado cremoso salió a pavonearse por las aceras de Villa Comtal. En su recorrido, a la vez que recogía flores y derretía su saliva chupeteando concentrados de sal vio sin querer queriendo una grieta en la pared y la tocó con sus manos suaves.
Al mismo tiempo que otro de los depósitos vio por casualidad causal una chapita sin abrir de una botella quebrada, se arregló el corbatín y resopló un mugido de clichés y frases siempre repetidas.
Los dos andaban por laderas de escombros de la antigua guerra, creyendo en futuros de colores con sabor a caramelo.
« un pétalo, dos pétalos, tres pétalos » cantaba uno.
« me quiere, me quiere mucho, no me quiere » cantaba dos.
«¿dónde cayó el reloj que compré de regalo en esta navidad? » cantaba tres, la multitud.

Villa Comtal se teñía de otoños; aunque era verano, la naturaleza rezumaba humedad cuyas gotas caían cual hojas de un ciclo terminado. Más allá de sonrisas polites, era una verdad que había llegado con la bofetada del mendigo que habla sin dientes. Los parques llenos de payasos hacían creer en una alegría y el helado suavizaba la acidez Estomakal. Los niños, sus manitas sin guantes y el candor de la mirada, mientras bajo la peluca desmemoriada era mejor olvidar. La pared con su grieta quedaron así por los siglos de los siglos, siendo que la botella se la llevaron para reciclaje, aunque su chapita fue arrancada y ahora es el sombrero de un señor fundador del Club Mate.
Entonces, de repente vino un dibujante para continuar la historia con un formato de distinta realidad y tomado el lápiz, la tinta embadurn...

¡ZAS ! ¿Cómo se atreven a vender esto como un cuento para niños ?
La Couteau está atribulada, el sostén de su pecho se rompe, el taco de la bota se entierra en un agujero y los anteojos oscuros se rayan. La realidad es imaginaria, una mosca da vueltas y el filo brillante mira el rededor buscando, buscando, buscando. Hay un gato acechando desde el tejado y las hormigas se remueven inquietas. La cuchilla enhiesta en el orgullo de un animal herido que husmea el aire sin saber a quién atacar, buscando, buscando, buscando.

Los depósitos fueron deportados a los gulags en Siberia y hubo un tiempo en que en el Vertedero una mujer les habló

La necesidad es partera de la creatividad

La Couteau 31


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Cuando me seco el cabello, se me cansan los brazos de sostener el secador.

Después de la sección de cartas al lector, justo antes de la sección parejas buscan parejas, La Couteau leyó un titular sobre el misterioso asesinato en la calle 56. Había una curiosa alusión al miedo del portero ante el penalty, por lo que quiso indagar más, pero al ver la foto del siniestro, sólo hubo una mueca de fastidio. Con un suspiro y ahuyentando una mosca imaginaria en su imaginario alérgico antebrazo, dio vuelta la página y los ojos volvieron a dar vueltas entre palabras con romadizo.
Quiero conocer uniformados, soy buena moza y me gusta bailar” (bendita sean las mujeres sadomaso)
Me gustaría conocer hombre sin vicios ni traumas” (a mí también, pero para ser sincera…)
Sólo para hombres de una cierta cultura sin compromiso y presencia armoniosa” (¿una cultura sin compromiso?)
Busco solvencia” (¿eso tiene que ver con el solvente que uso para sacarme la pintura de las uñas de mis pies?)
Quisiera conocer una persona (mujer) con carácter particular” (particular el paréntesis)
Busco alguien que me quiera” (¿para qué?)
No soy como el resto de degenerados de abajo” (sino como los de arriba, imbécil)
Mujer profesional busca amiga para fantasías mutuas” (todo es una eterna fantasía…)
Hombre gracioso quiere que le entreguen cariño” (otro perro abandonado en la calle…)
¿Eres más activo que pasivo? Llámame” (----)

Otra mosca revoloteaba en los aires imaginarios de los párpados. La Couteau sin tolerancia pasaba a otra página, otro tipo de búsquedas.
Finanzas, horóscopo, entretenimiento, pronósticos del tiempo, más cartas de problemas que “necesito que otro resuelva por mí” -incluso hubo alguien absurdo que se quejaba de su estado físico, pidiendo consejos deportivos para fortalecer sus brazos-, compra y venta, amarillismo, sensacionalismo,
y gente extraviada.

Hasta ahora se desconoce su paradero. Desapareció el jueves santo pasado mientras iba en bici según quienes la vieron después de haber gastado toda su economía en un barucho tradicional. Sólo se han encontrado páginas sueltas de lo que parecen ser notas de lisérgicas visiones. No se encuentra el título y apenas se alcanza a distinguir una entrecortada dedicatoria. El biciclo fue hallado como cuerpo masacrado, sin ruedas y sin asiento; el marco ligeramente desdoblado y un claro mensaje de que aquí hubo un choque. No obstante, todavía se halla desaparecida, desapercibida, desesparcida la biclista. Por favor, si alguien ha visto a Clara Rockmás, vaya al centro asistencial más cercano o llame ya directamente al (109) 876-54-32.”

Y ahí estaba, los dientes raídos, la mirada de romanticismo decimonónico,
una figura de perfomance, una mano con el cayo del lápiz.
-¿Cómo rayos es llama?
-¿Cómo rayos se llama?
Give my love to Marlboro no-light
¿o quizá debiera decir Clara Rockmás?”


La Couteau 30


Tráfico.

Escupitajos, neumáticos quemados, maderas abandonadas, devenires irresponsables que saludan con descaro a la ingenuidad del que cree lograr algo.
La contaminación electromagnética vibra en los cerebros cansados y el estrés del día a día. Un rugido de supervivencia acelera frenando bruscamente; la mano insolente que exige que las pistas se despejen y el vendedor del periódico pasa inmutable entre los autos abofeteando a una población con sus matinales venganzas, con los crímenes pasionales, con la política pendenciera, con las predicciones del día de ayer.
Los motorizados gritan su presencia y un humo acre tiñe los ojos que mal han dormido otra vez. Las ventanas de los edificios miran el tráfico como el desprecio se mira en el espejo, mientras las verdes mal simuladas praderas que intentan los cactus y otras plantas recrear se hiperventilan en su fatigoso esfuerzo por digerir el dióxido de carbono. La metamorfosis es una tarea titánica. Vemos los troncos enhiestos con el orgullo del que persiste, mas los árboles exhaustos dejan caer sus hojas como quien lanza la toalla en un cuadrilátero: el oxígeno en Villa Comtal es un bien preciado, para obtenerlo hay que pagar muy caro; es el precio de una sociedad con falta de comprensión y dolores de cabeza.
Me pica la nariz. Tengo alergia a esta ciudad”. La Couteau con cada estornudo sacude la nube de smog que la rodea; es casi un juego macabro entre ambas, un amorodio que ni la metafísica puede explicar.
¡Aaaaatchús!” La nube es esparcida entre infinitesimales partículas de polvo; la sorpresa siempre la abruma. Pero ya superado el shock, la nube con rabiosa decisión se concentra nuevamente y vuelve a atacar esas fosas nasales que tanta excitación de cosquilleos le provoca.
¡Aaaaatchús!” La nube vuelve a ser expelida hasta chocar con una pared; se encuentra aturdida pero no pierde su sentido de orientación. El smoke junto con el fog se abrazan y discuten una nueva estrategia. Deciden lo que siempre deciden creyendo que La Couteau no podrá saberlo. El smog arma cadenas entre sus partículas y se lanza nueva mente al frente nasal, ahora con más fuerza, con más fiereza.
¡Aaaaatchús!” Un nuevo derechazo y la nube cae semi noqueada. Las partículas se alborotan, no aceptan una pérdida. La nube mira a su alrededor, llora un instante el rechazo de esa alergia y después con frustrado odio vuelve a intentarlo, más incisiva, más agresiva.
Demonios. Es hora de la loratadina”, y la nube horrorizada por tal acto de bajeza, con amanerado resentimiento se da la vuelta y se va a molestar las narices de otros lados.

Debo salir de acá. No puedo respirar.
¡Las máquinas me están ahogando!

bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit -¿hola?- bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit
-¿hola?- bit, bit, bit, bit, bit, bit...


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La Couteau 29



Una maldita primavera.

Querido Tzatzyki, tengo una esperanza bien fundada en comenzar a sentir los síntomas de mi tan preciada y odiada humanidad: la alergia. Incluso en un desespero por dichas molestias estoy consumiendo con la regularidad de una pastillita diaria mi antiestamínico favorito, a ver si al menos por sugestión llega la primavera a las ventanas de mis fosas nasales.
Contemplo el mundo globalizado, recuerdo el Gran Poder y la Gran Guerra Patriótica, extraño mis manos frías y el hielo, ahorro para comprarme un celular con pantalla one-touch-pad y sigo consecuentemente los avisos místicos. Pero aún los árboles no entran en esa fase tan promiscua de la polinización, ¿estaré haciendo algo mal? Al igual que el voyerista patético que no deja de observar los medios de masa (qué comí, dónde viví, si escuché o no el final del radio-teatro gay...), ansío con nostalgia infantil que las pelusitas asesinas surquen los aires, se introduzcan en mi sensibel pituitaria, me provoquen esas temibles gargarantas y me ahogue en estornudos de agresiva intrusión de elementos externos hostiles en mi sistema inmunodeficiente.
Pero una vez más mis deseos no los consienten las Moiras estacionales y como Baco no se embriaga, todavía yo no puedo maldecir.
Tú me comprendes, hoy en día no nos podemos permitir estos estados de contención. ¡Qué nostalgia de vertederos y circos ambulantes! Creo que me vuelvo a enamorar...”
Villa Comtal,
año indefinido de un día borroso.

Ay ay ay
break the black ice
break the black ice
in this curse
in this kiss...
por fin, la explosión, respiro, sí, vienen, vienen y vienen,
más, otra vez, ya

¡¡¡AAAATCHÚS!!!


La Couteau 28


Me siento antisocial, no tengo computador.

Veía la hora sin descifrar el tiempo exacto: son las 8, ¿de la mañana o de la noche? ¿Todavía no amanece o soy yo quien recién se está despertando? No hay ruidos cerca, no hay ruidos en las máquinas. Pego mi mirada al vidrio gélido y veo ahí, justo frente a mi nariz, justo más allá de los árboles sin hojas y un recuerdo de primaveras: la luz, la constante luz, que siempre brilla, que no deja de ser tan fría.
Mi respiración está agitada, entrecortada, como las comas de frases incompletas, llenas de pausas, como queriendo aspirar más, como queriendo expirar menos, un calor que falta, una nariz congelada, la tos de una gripe incómoda –¿o incomodada con mi cuerpo?
Ah, mis padres tampoco hacen ruido y la nueva mascota está encerrada en su habitación, pieza de una carta perdida y que creyeron encontrar. El sentimentalismo de mi madre, la sudoración de la sangre y la eterna revolución, como si la cortina de hierro no hubiese dejado el hielo igual.
No es chiste ser mayor, paren mi reloj por favor.

La calefacción no está prendida. Sobre la mesa hay un térmo de té de salvia con miel, un libro prestado sobre fascismo y comunismo y el cómic de Sin City sin una página.
Hoy nevó una vez más, el cielo no se diferencia del suelo y no sé por qué aprendo francés.
Hoy es un día de adolescencia, el post-punk todavía no ha nacido, no importa saber quién soy, ni de dónde vengo ni pa’ dónde voy.

"La injusticia es un plato que se sirve frío", dijo la cita cinematinal.

La Couteau 27



Lettre d’amour.

Cuando el Justiciero allanó el hogar dulce hogar temporal de la Couteau una vez más sin encontrarla -claro está- y descubrió el papelero lleno de papeles, comenzó a hurgar buscando alguna pista que lo pudiera dirigir, mas no digerir, hacia la obsesión -su obsesión- que siempre se resbalaba de sus manos. El papelero tras vaciarse no dio más luces que las boletas de la panadería, la licorería, el biomarkt y el ciber-café aledaños al lugar. El Justiciero se echó en el piso, un poco confundido, un poco decepcionado, y un suspiro le mostró lo que antes no había visto: una carta arrugada que estaba al lado del papelero como no queriendo ser botada,
pero igual
desecho… 
 
Te escribo desde una vista envidiable... Una hora en que el polvo solar cae deshecho entre la multitud de contemplantes y contemplados. A pesar de todo, éste es un momento para detenerse y observar, con cierta quietud o cierta maravilla, esperando a que caiga la noche y seguir transcurriendo.
Te escribo desde el rincón en el que suelo abandonarme al igual que ese crepúsculo que cada tarde observo y no quiero evitar: la monotonía de un día que pasa, la reiteración de un tiempo que se va. Daría lo que fuera sólo para despedirme una vez más de ti, pero no puedo. Tengo el mismo miedo de cuando estaba contigo, el miedo a que te rieras de mí no por mi absurdo, sino por burla de aquello que es mi absurdo: amarte.

El Justiciero con manos temblorosas hace una pausa en su lectura, se seca un lacrimal y contempla el ocaso que comienza a extenderse con su soleada languidez y la extrema ausencia de calidez.

Mientras el crepúsculo cae con fulgores de luces de yodo encendidas, te hablo desde mis recuerdos y la actualidad que experimento. Me enamoré de ti. Me enamoré de tu azento, de tu rostro de pregunta, de tu afición a los objetos usados, de tu manera tan hábil de escupir. Tenías una mirada tan nítida.
Recuerdo los comentarios de la gente: “¡pero cómo! ¡alguien que habla tan raro!”
Yo no respondía. Nadie me creía. Posiblemente tú tampoco. Pero no importa, no se necesita dar una prueba de decencia de aquello que es tan verdadero, el único gesto es creer o no. Yo sólo envidio la soga que te acarició por última vez y escuchó tu último respiro. Mi daga está mellada sin tu humor; nadie la hace bailar como tú lo sabías hacer.

El Justiciero hace otra pausa en su lectura y se suena las narices. Saca del bolsillo oculto una foto de paparazzi, donde contempla a Vanja empuñando la daga y su baile antes de la herida. El Justiciero se siente melancólico.

Ya es noche. Buen viaje, querido. En algún lugar de nuestros confines, nos volveremos a encontrar desde aquí hasta el fin del mundo...

Tu Cuchilla.”
Una melodía se escucha en el recuerdo, un canto de danzas y redobles.
Sin ser luna de miel, los asesinos cantan otra vez:
«Je suis malade,
donnez moi le couteau»