...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

Traspasando fronteras



El ciclo de la vida, el ciclo de la muerte. Una escritura automática sin casi lectura ni corrección de dedos tecleando en una pantalla blanca de ceros y unos cuyas formas se desdibujan para formar lo que en nuestros sentidos tan lingüísticos y comunicativos (ordenanza superior que nada ni el más rebelde instinto podrá jamás acallar) como lenguaje, palabras, signos, significantes… entienden.

Hoy es 31 de octubre y la noche es fría, muy fría. Tanto que la primavera recula en sus alergias y el orgasmo de la naturaleza, cuya expresión es polvo de polen que algo perdido se encuentra y no sabe cuáles aires seguir: el del invierno que todavía no se va o el del verano que más ilusorio se ve, pues ciertamente la estación intermedia no termina de sacarse las vestimentas ni el cartel que la descarnan en la explosiva fuente de colores, olores y… polen.
Reflexiono: quizás retornamos a la primigenia y original saison donde los calores años anteriores vividos fueron sólo la anomalía propia de nuestra época…
Mañana será 1 de Noviembre, lógica infalibe de las matemáticas puras dentro del calendario solar.
Día de los muertos, le dicen. Día de todos los santos, dicen los que se deifican. Día de las brujas, dice el machismo rampante y los ánimos de castigar lo que no se comprende. Día de las transmutaciones, dice el misticismo occidental con aroma orientalizado de literaturas no confirmadas.
Lo concreto es que hay un cambio de mes, un acercamiento al final de un año acordado y la luna está creciente… Al igual que las mareas, la salvia divina de nuestro cuerpo comienza a agitarse en idas y avenidas de sentires y búsquedas.
¿Qué quiere, mi corazón palpitante?
¿Qué canales quieres surcar, mirada de cadenas genéticas ancestrales?

Leyendo con escéptica creencia un oráculo escrito por un joven dotado de magia, tropiezo con el escorpio marino que grita a 50 voces: el 1 de Noviembre es día de mudanza, así de vasto es el símbolo y así de perfecta es la semiótica de los sentidos. Por supuesto, dejemos que lo que conocíamos se vaya, que lo que no sabemos llegue, así sea con golpes o caricias. Es la gran belleza del transcurso del tiempo con sus movimientos de hilos sin brazos ni piernas (demasiado antropocéntrico!), pero sí con el misterio de un universo oscuro e infinito, ése que tratamos de recorrer pero cuyo vacío silencioso nos asusta, ya que en él simplemente nos asfixiamos.

Porque así de limitada es nuestra piel y así de inconmensurable es el deseo.

El día de los muertos, un día sin orígenes claros, o más bien con mucha narrativa de explicaciones cual psicoanalista que explica en cada palabra el arquetipo de la mujer salvaje y ante cuya perseverancia y a fuerza de repetición terminas creyéndolo… -porque sí, porque suena bien, porque define mi instinto de ser yo, y nadie más que yo (con nuevo exceso de antropocentrismo!)-, pero que finalmente cerrando los ojos y hundiéndote en el sofá de la canción interna te das cuenta que realmente no sabes de dónde ni cómo nació este rito. Pero no dudas que algo significa.
Claro. Es la noche en que terminada la filmación de un personaje histórico cuya memoria has recreado en tu actualidad de alma reencarnada, preparas el cambio de casa, como quien cambia de fase para pasar a… ¿qué?

No importa, todo será perfecto, al igual que cada respiro y pálpito de nuestra sangre.
Lo que está muerto es estático. Lo que sigue, vive en movimiento y es en ese instante perdurable que la belleza se expande y nos envuelve.
Me entrego.
Una pantalla blanca -o creo así- que me reordena la sensibilidad.
La escritura tiene su propio motor, aunque yo no lo reconozca. Pero sí sé el entrenamiento de fondo. No en vano estos dedos recorren teclas de signos ininteligibles, excepto para una voluntad de construcción significante. Humanidad le dicen. Día de los muertos y festín también.
El aire frío, la noche profunda, no hay nubes. El traspaso es translúcido.
Me entrego.

-Noviembre 2017-