...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

La Couteau 2


El viento arruga las cejas.

Los colores no brillan porque no se les ha enseñado a brillar.

Esa es la frase que mi padre me repetía cada vez que yo elegía la misma camiseta negra o gris que tanto me gustaba vestir en mi adolescencia. Nunca le daba una respuesta; sólo lo miraba con la intensidad que la adolescencia podía dar. Él siempre en ese momento sonreía y me invitaba a practicar un poco ese juego de peripecias que era tratar de pisar alguno de los dedos de su mano con el cuchillo. Yo nunca quería participar, temía hacerle daño con mi adolescente inconciencia, pero me encantaba observar cómo con sus dientes de vodka transpiraba la adrenalina que le significaba demostrarme su valor. Mi padre era zurdo; era maravilloso ver cómo con la mano del diablo paralizaba de terror a la mano de la razón y nunca, nunca, nunca hirió ninguno de sus dedos. El vodka caía hasta vaciar el vaso.
Ahí yo reía y aceptaba entrar al circo. “Veamos el Lanza Cuchillos” y la adrenalina a mí también comenzaba a transpirarme en la comisura de los labios.
Ahí nos sentábamos y mirábamos el espectáculo.
Era cuando estaban los payasos con sus rostros exagerados, las muecas imposibles y sus narices rojas hinchadas que yo creía percibir mi destino. Escuchaba el bombo que retumbaba en una explosión de colores y fuegos artificiales que acaloraban la atmósfera. Risotadas cómplices de grotescos e inocentes actos y alegría pintada de maquillaje. Mi padre me tomaba de la mano y me decía con una hilaridad de infancia recordada: “ellos han aprendido a brillar...”
Yo miraba el jolgorio y aplaudía cuando finalmente salía el Lanza Cuchillos con su traje de lentejuelas rosas, verdes y platinadas.
Afuera, el frío calaba los ánimos. Todo era de un blanco medio sucio, medio gris. El tapiz de blanco invierno que sólo Siberia sabía desplegar.
Afuera, el viento hacía que se arrugaran las cejas.
Pero en esos momentos, el traje de lentejuelas brillaba sobre mis pupilas. Mi puño encerraba un imaginario filo que aceleraba mi pulso. El vodka caía hasta llenar el vaso.

¿El Lanza Cuchillos tendrá las manos frías como las mías
o será que no me encuentro bien?

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