Tráfico.
Escupitajos,
neumáticos quemados, maderas abandonadas, devenires irresponsables
que saludan con descaro a la ingenuidad del que cree lograr algo.
La
contaminación electromagnética vibra en los cerebros cansados y el
estrés del día a día. Un rugido de supervivencia acelera frenando
bruscamente; la mano insolente que exige que las pistas se despejen y
el vendedor del periódico pasa inmutable entre los autos abofeteando
a una población con sus matinales venganzas, con los crímenes
pasionales, con la política pendenciera, con las predicciones del
día de ayer.
Los
motorizados gritan su presencia y un humo acre tiñe los ojos que mal
han dormido otra vez. Las ventanas de los edificios miran el tráfico
como el desprecio se mira en el espejo, mientras las verdes mal
simuladas praderas que intentan los cactus y otras plantas recrear se
hiperventilan en su fatigoso esfuerzo por digerir el dióxido de
carbono. La metamorfosis es una tarea titánica. Vemos los troncos
enhiestos con el orgullo del que persiste, mas los árboles exhaustos
dejan caer sus hojas como quien lanza la toalla en un cuadrilátero:
el oxígeno en Villa Comtal es un bien preciado, para obtenerlo hay
que pagar muy caro; es el precio de una sociedad con falta de
comprensión y dolores de cabeza.
“Me
pica la nariz. Tengo alergia a esta ciudad”. La Couteau con cada
estornudo sacude la nube de smog
que la rodea; es casi un juego macabro entre ambas, un amorodio que
ni la metafísica puede explicar.
“¡Aaaaatchús!”
La nube es esparcida entre infinitesimales partículas de polvo; la
sorpresa siempre la abruma. Pero ya superado el shock,
la nube con rabiosa decisión se concentra nuevamente y vuelve a
atacar esas fosas nasales que tanta excitación de cosquilleos le
provoca.
“¡Aaaaatchús!”
La nube vuelve a ser expelida hasta chocar con una pared; se
encuentra aturdida pero no pierde su sentido de orientación. El
smoke
junto
con el fog
se
abrazan y discuten una nueva estrategia. Deciden lo que siempre
deciden creyendo que La Couteau no podrá saberlo. El smog
arma
cadenas entre sus partículas y se lanza nueva mente al frente nasal,
ahora con más fuerza, con más fiereza.
“¡Aaaaatchús!”
Un nuevo derechazo y la nube cae semi noqueada. Las partículas se
alborotan, no aceptan una pérdida. La nube mira a su alrededor,
llora un instante el rechazo de esa alergia y después con frustrado
odio vuelve a intentarlo, más incisiva, más agresiva.
“Demonios.
Es hora de la loratadina”, y la nube horrorizada por tal acto de
bajeza, con amanerado resentimiento se da la vuelta y se va a
molestar las narices de otros lados.
Debo
salir de acá. No puedo respirar.
¡Las
máquinas me están ahogando!
bit,
bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit,
bit -¿hola?- bit, bit, bit, bit, bit, bit, bit
-¿hola?-
bit, bit, bit, bit, bit, bit...
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