...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

Comer

Dentro de la acción inevitable de responder a las necesidades corporales, aquellas que imperiosamente nos recuerdan nuestra pulsión vital y ese instinto de sobrevivencia que escapa a nuestra comprensión y ante el que solamente queda responder con un “ya ya, ya te hago caso”, está el hecho de la comida, ese espacio del tiempo en que engullimos, digerimos y desechamos, todo en su proceso de bien conducida secuencialidad. Las culturas -en general por esos placeres que sólo las papilas gustativas podrían explicar- han decidido muchas veces adornar este ritual encuentro con nosotros mismos apelando a otros sentidos que potenciarían el bolo alimenticio, el cual si abriéramos la boca mientras lo salivamos muchas veces dejaría de ser un momento de agrado para ciertos ánimos más delicagados, digamos…

Como otro capítulo arbitrariamente elegido en esta saga de “las costumbres alemanas”, pues he decidido ahora después de haber comido generar algunas letras que den cuenta de este proceso que culturalmente también merece opinión.
La comida en muchos aspectos define a una sociedad, sus influencias, su creatividad, sus búsquedas y hasta su humor. Si considerara por ejemplo la comida peruana, me emocionaría de sólo evocar aquellos sabores de selva, pachamama y alturas. Si pienso en la comida chilena pues vería regimientos con cara de “yo no fui” bien formados esperando su ración de porotos, lentejas, pan amasado, pastel de choclo o cualquier otra cosa que sea “bien contundente”. Si recuerdo la comida venezolana, pues me viene el caribe, los platanales, las caraotas, la salsa de la Fania all Star, ricos juguitos de frutas tropicales que tanto apaciguan la fritura y las divinas e inigualables arepas… Sobre los argentinos sólo pienso en el comentario que una vez le escuché a ese amigo: “hasta los pajaritos comen carne, por eso se ven con tanto pecho levantado y mirada de “che, ¿qué hacés?”.
En estas latitudes he experimentado comidas exóticas. India, Bulgaria, China, Japón, Vietnam, Turquía, Irán, Siria y conglomerados geográficos como comida Árabe o Asiática. Según algunos españoles he escuchado que no han encontrado un buen lugar de Tapas y seguramente más de un francés dirá que acá los quesos no son buenos.
Pero, ¿y qué pasa con la comida alemana?

Tienen 10 segundos para escribir en una hoja cuál es la comida típica alemana que Uds. conocen. Uno, dos, tres y… ¡ahora!

(10 segundos)


Bien sabida es la historia de que las papas vienen de Latinoamérica y que gracias a ciertos excéntricos reyes fascinados por este tubérculo decidieron importarlo en estas tierras de embutidos. Demás decir que postguerra la papa es lo que sostuvo a una población destruida y en reconstrucción… Alemania rinde un honor tal a la historia que todo plato digno de llamarse “alemán” tiene las famosas Kartoffeln, es decir, papas. Hay una variedad de preparación que incluso un día -para mi gracioso asombro personal- en un menú se le destinaban hasta 2 páginas y media de sólo especialidades con papa. Eso me hizo contemplar no sólo la fascinante diversidad de preparaciones del tubérculo, sino la variedad de acompañamientos para esta redondeada, curiosa, abundante y terrenal figura. La papa es el plato principal, el resto viene a su lado.

Me detengo a pensar en los más de 300 tipos de papas que tiene la isla de Chiloé (sur de Chile) y lo que recuerdo de sus poco creativas formas de preparación. También analizo las infaltables papas fritas, naturales, químicas, plásticas y que por causas que sólo la historia norteamericana (evitemos México, por favor) puede explicar, en inglés les llaman french fries, mientras que en otros países angloparlantes es sólo chips. Y hasta atiendo a la reverenciada “Tortilla de Patatas Española”, cuyas regiones bien definidas (país Vasco, Cataluña, los gallegos, Andalucía y el resto) siempre sabrán darle su toque especial. Todo esto, sumado a mi ontológico desinterés gustativo por este tubérculo, incluso me ha hecho pensar que cuando el plato se compone de las multicolores salchichas con papas, hasta creo que es la salchicha quien acompaña a la papa en su peregrinaje a esos oscuros rincones de nuestro tubo digestivo y no al contrario.
¿Será que en mi ignoracia no he rendido el merecido homenaje que la papa con su simbolismo tiene de suyo?

Pero además de la papa, la salchicha y la cerveza, está la familia de “coles” dentro del paladar alemán. Exceptuando el caracol (el cual sólo reponde a un mero alcance muy aburrido de la palabra, pero que no tiene absoluta relación con nuestra familia acá mencionada), en Alemania es un honor deglutir las variadas formas de la Col… Rotkohl, Kohlrabi, Weisskohl, Palmkohl, Broccoli, Blumenkohl, Grünkohl, Chinakohl, Rosenkohl y otras más que ya ni recuerdo…
¿Han sentido el olor de la coliflor o los repollitos de bruselas cuando se cocinan?
Y para rematar, desde el matadero nos llega al supermercado la carne con el mejor precio: el cerdo. La carne de vaca u otros animales son más caros, todavía no me explico por qué, pero lo son. Mientras que el cerdo es baratísimo…
Así que creo que ya tengo la canasta familiar armada: cerdo, salchicha, papas, coles y cerveza. Demasiado cliché suena todo esto, ¿no? A mí en realidad me suena a un dolor de estómago que con mis debilidades y traumas neuróticos ya la tripa comienza a estrujarme el ánimo… A mi imaginario sólo me llegan tabernas, teutones, guerras, rostros rojitos, humo de parrillas, un idioma que suena a poesía y matraca, gases y mucho trabajo estomakal.

Tienen 10 segundos para ver qué imágenes les vienen a la cabeza con las comidas típicas alemanas. Uno, dos, tres y… ¡ahora!

(10 segundos)


Sin embargo, ya que me encuentro en una sociedad de extremos, desde esta canasta de gran peso alimenticio (no necesariamente nutritivo, claro… ¡eso va para todos!) surge como el gusanito de la moral un abanderado con rostro de urgencia, de “hay que ver qué pasa en el mundo”, de calentamiento global, de niños muriéndose de hambre en Africa, de ropa de segunda mano para Latinoamérica, de reciclaje, de derecho a no trabajar, de nuevos mercados, de productos BIO.
Bio-bebidas. Bio-cerveza. Bio-carne. Bio-müssli. Bio-coles. Bio-bananas. Bio-nade. Bio-galletas. Bio-salsa de tomate. Bio-quesos. Bio-pasta. Bio-mermelada. Bio-taxis. Bio-autos. Bio-plástico. Bio-papel. Bio-vida. Bio-pose. Bio-gente. Bio-Alemania.

Aquí el imaginario se me transforma y me queda algo como cuando la cinta de la película en el cine se corta y está ahí dando vueltas y vueltas entre retazos y luz blanca amarillenta.
¿Qué pasó?

Lo único que no me parece para nada BIO son los precios y la Bio-propaganda. Así que como fiel seguidora de la alemanidad, tomo cerveza casi a diario con un gusto indescriptible. Las salchichas y el cerdo el médico me los prohíbe por lo delicagado que tengo mi estómago, pero de vez en vez y de cuando en cuando me lleno la boca de estos sabores. Las papas si bien antes no me atraían tanto, ahora me causan una sonrisa de afecto, aunque todavía me cuesta observarlas como principales y no sólo acompañamiento. Las coles es algo que desde chiquita no tolero, así que sobre eso no hay discusión. Y la diversidad cultural como opción para evitar Alemania –según algunos acomplejados- o para experimentar la globalización –según otros más políticos- está afortunadamente siempre en la esquina de mi casa.

¿Mi cocina? Nada especial, yo sólo cocino porque tengo que comer. Pero si alguien me invita o se ofrece de Chef… Cuidado con la pimienta y cosas picantes. Lo demás, yo feliz llevo los bebestibles, lavo los platos o pongo algo de musiquita.

-mayo 2008-

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