...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

La Couteau 42



Gimnasio de tensiones.

         Un infernal lodazal de ruidos. Ritmos disonantes intentan seguir el paso marcado de un esquema prefabricado. Luces que brillan y dan vueltas en esa melodía interminable. Todo un traqueteo del mismo movimiento, un esquema impertérrito.
Las miradas esforzadas, los músculos tensos, el espejo que transpira, las piernas se levantan,
uno-dos-tres y...”
         Los ojos no demuestran más que un objetivo; las respiraciones se ahogan en su propio calor.
         No importa cuánto falte. Hay que seguir. El ruido bombeando los tímpanos. El ritmo desnudando el ansia,
uno-dos-tres y...”
        La Couteau se esfuerza, se quiere convencer de que puede llegar al final.
        La Couteau se ríe de sí misma.

Un momento de perplejidad, la gota que suda el vidrio se detiene; el punchi-punchi se dilata en una gota congelada. Todos quedan con una parálisis facial y sus brazos y piernas en una formación chistosa.

       ¿Qué estoy haciendo?
       ¿Qué importa un cuerpo a tono si después quedaremos átonos?
       ¡Qué feo es este gimnasio!

uno-dos-tres y...
Usted no entendió lo que yo le pedí” ¡ZAS!

Miradas de perplejidad, la profesora sangra desde su antebrazo y cae en una figura más ridícula que antes.
La Couteau se estruja la transpiración bajo sus largas pestañas, se limpia los ojos de esas imágenes gimnásticas y se retira al camarín.
Una sombra oculta tras la puerta sujeta un cigarrillo sin encender y sin fumar. Espera a que La Couteau salga de la ducha y, mientras, repasa esa jugada donde su taco envió la bola 8 a la bucha del centro y mató la partida.

No hay comentarios: