...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

Esperar

¡Es tan curiosa la forma en que los alemanes tienen una paciencia invaluable! Y ves la fuerza en que por años esta capacidad se ha educado tras tantas guerras, tantas reconstrucciones de sí mismos, tanto trabajo de re-hacerse, re-unirse, re-encontrarse. Igual que la ciudad, se ven cicatrices de esta labor, a veces no se ven, pero la historia se encarga de recordarlas y así con el transcurso del tiempo. La paciencia como una espera perenne que ya también deja sus huellas en algo tan, digamos “evidente”, como el baile. Los alemanes desean la perfección y si no la alcanzan son tímidos. Pero he ahí que el preciado arte de tostar y fermentar la cebada actúan como salvación: después de un par de cervecitas la espontaneidad ya no tiene que esperar para manifestarse, simplemente sale con la frecuencia que dan ganas de ir al baño a hacer pis. ¡Y así los alemanes bailan! A todo esto, yo creía que era un mito, pero no lo es: la “pilsener” o la susodicha pilsen fue inventada en Alemania, en un pueblito que lleva el mismo nombre... Pero es en eso precisamente donde se ven los estragos de esta educación: el cuerpo es TAN tieso… Con esto no intento de manera tangencial evitar mi propia rigidez, pero debo admitir que hasta mis huesos son más armónicos y si bien el papagayo interno no es tanto de selvas como de cordilleras, igual el caribe en estos nórdicos y fríos aires se destaca. Los alemanes más que mover el esqueleto es casi como que lo quiebran, a veces hasta da susto mirarlo, ¡en qué momento el pobre se descoyunta alguna articulación!… Tanta contención, tanto control.
A propósito de estos “quebrantos”, el otro día, un Plácido Domingo, me fui de paseo en bote junto a una amiga. Recorrimos canales y otros ocultos caminos del río Havel en un bote donde habíamos cerca de 30 animales alemanes (y nosotras dos, las más raras en esta selva) bailando en una rave marítima con una DJ fabulosa y pegándome con el paisaje de chocolate que había a mi alrededor (“los árboles se veían tan lánguidos…”) y los colores brillantes que me tenían literalmente drogada con las sensaciones. Fue un viaje fabuloso; puros personajes de fábulas, pero sin moraleja. En ese momento pensé si yo no andaría en la Nave de los Locos, pensé en Fellini y vi un montón de discapacitados quebrando el esqueleto para moverse con el beat trance. Me sorprendí de tener tal pensamiento: “todos parecen discapacitados” Lo compartí con mi compañera de fiesta y la socia me dijo “¡¡síiiiiii, es verdad!!”, confirmando que yo no alucinaba.
Sin embargo, la mejor muestra de esta espera se ve en los semáforos.
Algo que es siempre fascinante es el estoicismo de una persona para mantenerse inmóvil cual yogui atenta y observante esperando con una fe inquebrantable lo que es absurdo esperar, es decir, que cambie la luz a verde y le indique que puede cruzar la calle. El peatón no ve más allá que el semáforo. De hecho no pasa ningún auto, no se ve nada a la distancia y el peatón no cruza porque la luz es roja. ¡La programación está TAN bien hecha! Una voluntad de espera titánica. Yo no aguanto y cruzo… a veces, incluso, miro intencionalmente a la otra persona como para “animarla” a cruzar y no seguir esperando algo que carece de total importancia. Pero nadie me ve, sólo esperan la luz…
Más de una vez me han tocado la bocina con cierta molestia por yo ir ejerciendo mi libre albedrío y no haber esperado la luz verde peatonal. Es entonces que la espera ahora se traduce en esperar la excusa para descargar ese control, esa contención. Al más mínimo gesto de “romper la regla” que se presenta, ZAS, el bocinazo, el insulto gutural en un idioma que igual suena a veces como masticando piedras, o el clásico acelerar para que “ruja” el motor. Yo me río de la falta de paciencia en este caso y les respondo a veces con un gesto o de una con un “calmao, loco” y la mirada de malandra caraqueña, ja!
¿Uds. podrían esperar? ¿Será que de eso nace nuestro impulso, nuestra pasión, nuestro ritmo latino? Yo busco aquellas huellas que me den pistas del estereotipo “latino”. ¿Qué es ser latina? Yo lo soy y a mucha honra. Con orgullo e incomprensión en cómo alguien no podría ser así. O sea, ¿por qué esperar la luz verde oficial cuando se puede cruzar ahora?

Y bueno, mientras espero, me tomo mejor una cervecita y sigo mirando la gente.

-mayo 2008-

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