...porque entre las idas, venidas y avenidas, mejor ser luz ida que lúcida.

Sobre la Mentira y la Verdad

En La Última Cena de Tomás Gutiérrez Alea (1977 ¿?), los esclavos se sentaban a la mesa del señor Feudal y compartían en un momento de hipócrita caridad con oscuras intenciones de pregonar y justificar una realidad teñida de latigazos y maltratos. El señor Feudal ofrecía suculentos platos y alimentos bien cocinados con los refinamientos propios de un hijo de conquistadores, buscando –quizá- una cristianización y la enseñanza de “buenas costumbres” a los bárbaros negros e indios que componían el grupo de subhumanos que trabajaban su tierra.
Sin embargo, el señor Feudal tras cierto rato tolerando poco o nada colores y contexturas de piel nativa distintos a su frágil y pálida piel foránea, con la excusa del “baño” se retira a respirar aires más llenos de perfumes y no tanto sudor de esfuerzo y cansancio.
Así, un momento de sonrisas no forzadas, de pelucas caídas y camisas desabrochadas por la temperatura sin estar bajo el abrigo de la humedad nocturna hizo que entre los esclavos se miraran picaronamente, sonrieran por la buena comida y alguno hiciera un comentario de casi agradecimiento. De repente, un golpe en la mesa con el vaso de aguardiente y uno de los presentes comienza a contar este cuento:

“Se dice que en tiempos antiguos, donde ya nadie recuerda dónde ni cómo ni por qué, iban la Mentira y la Verdad por diferentes caminos. La Mentira era flacuchenta, de rasgos insultantes, rastrera, débil, ágil e ingeniosa. La Verdad era esbelta, fuerte, de voz tronante, hábil y bella. Un día ambas figuras se encontraron en un cruce; al reconocerse, desenfundaron sus machetes y se amenazaron de muerte. La una queriendo aniquilar a la otra, y la otra queriendo engañar a la una.
Un movimiento certero, un filo cortante y un choque de ambas figuras. Como la Mentira era más veloz y angulosa que la Verdad, ¡logró ensartarle su machete! La cabeza de la Verdad rodó por el suelo y la Mentira se rió de gusto. La Verdad en su desespero buscó y buscó ciega hasta que tomó la cabeza de la Mentira, se la arrancó con sus poderosas manos y creyendo que era la suya, pues se la puso en su cuerpo…”


Dicho esto, volvieron a mirarse los presentes y uno de ellos con mirada perdida dijo que no entendió. Los otros reaccionaron con carcajadas quebrando el suspenso de la historia y lo llamaron zopenco. En ese instante volvía el señor Feudal con la peluca acomodada y los polvos faciales renovados; con dientes aceitosos sonrió a su alrededor y preguntó qué tal estaba la cabeza de cerdo recién servida. Todos rieron, dijeron que “muy buena, patrón” y siguieron comiendo. Miradas cómplices y sonrisas de lo políticamente correcto. Un “gracias” bien seseado y todos a dormir.
Misión cumplida. El señor Feudal se siente satisfecho y se duerme borracho en su lecho de exóticas plumas. Días después los esclavos le quemaron el rancho.

“…Desde entonces, anda por la faz de la tierra el cuerpo de la Verdad unido a la cabeza de la Mentira. ¿Cómo reconocer cuando habla la una o la otra? Nadie sabe, nadie sabe.”

NOTA AL PIE: cualquier asociación generada o cita evocada es mera responsabilidad del lector. Nada de lo aquí dicho tiene relación con los personajes mencionados.

-noviembre 2007-

No hay comentarios: