Juguemos
un juego.
y
tú dices que con los ojos cerrados viajas por el tiempo y
transformas la realidad desde tu sensible subjetividad, pero ¿me
creerías cuando yo te digo que con los ojos abiertos veo
infinitesimales lucecitas brillantes?
Una
banda se escucha, hace las pertinentes pruebas de sonido y entonan
melodías ocultas. Se preparan para recitar historias de gatas perras
y sobrevivientes de mercados con pescados de mafiosos, noches echadas
bajo la luna y paseos por esquinas sucias al lado de matones con pata
de palo. La Voz es una mujer de labios rojos y ojos acuosos, el
Viento y el Teclado es un tipo de mediana edad con un resplandor en
su cabeza que denota una encefalocalvicie no disimulada, las Cuerdas
es otro cowboy urbano con un ojo morado por seguramente qué pelea de
faldas o envidias baratas y finalmente la Batería es un galán cuyos
tiempos ya pasaron. La fuerza la tienen todos, y todos tienen algo
que decir. Hay humo en el ambiente, el público espera, los oidos a
punto de quedar ensordecidos y la sonrisa babosa ante el ritmo
delirante de invocaciones al azar e imprecaciones al destino.
La
mano del diablo tiembla entre beats con experiencia escenaria y la
mano de la razón transpira porque el bar es demasiado pequeño.
Algunos se mueven, otros quedan paralizados por los agudos de cargas
amplificadas y la Couteau está bailando,
bailando,
sin
vermut ni soda sólo un caramelo contra la tos en la garganta. Cada
tema resbala con mejor y mayor estilo. “Quiero dedicarle esta
canción a las catástrofes naturales” dice la Voz y comienza el
traqueteo, la convulsión y la fuerza a desplegarse con medidas de
prácticas y recorrido.
Porque
cuando mi padre me llevaba al festival de payasos con sus tristezas
pintadas de risas yo sabía que estaba en casa, que la magia existe y
que los colores habían aprendido a brillar. Mi pulso se aceleraba y
la gran fiesta comenzaba...
“¡Hey
Bitch, your love won't pay my rent!” Al tiempo que una peluca rubia
de esas que se creen solas en el mundo se atraviesa, dejando la vista
sumida en una incapacidad disgustante, la incomodidad del tacón que
no es suficientemente alto, el ánimo de un filo desenfundado
¡ZAS!
y
un brazo de oro sangrante que corre al baño a limpiar el dolor.
La
Couteau sigue bailando,
bailando,
sin
vermut ni soda sólo con su banda favorita y una voz
que vuelve a gritar:
¡Hey
Bitch, your love won't pay my rent!
La
Cigarrera no es tan sofisticada,
sabe
la partida perdida, su brazo arruinado de manera tan vulgar y
con
vergüenza de tacos quebrados.
El
Cantante no es ella…
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