Final
1. La Zona.
Vanja,
La Couteau, se ha visto entre mudanzas y andanzas entre ciudades y
casas, ni qué hablar de sus aventuras con personajes y otros seres
que cautivan su curiosidad y despiertan sus emociones, desde sus
antepasados de puños alzados hasta caminos esteparios de cactus
curativos que son parte del núcleo acomodado en este recóndito
lugar, justo donde las horas que oran siempre piden un descanso: su
corazón.
La Couteau en una época no tan
remota decidió con más adentrarse en La Zona, espacio donde las
realidades internas se materializan, y entre alegrías de encuentros
pronunció con voz excedente lo que el rumor de la sangre siempre fue
su deseo: un descanso.
La Zona es un animal que husmea muy
bien los olores de estas peticiones y sabe cuándo es el cuerpo de la
verdad que deambula con la cabeza de la mentira o, al menos,
discierne intensidades. Vanja esperó largas esperas por una
respuesta. Lanzó fatigosa varias veces la misma piedra con el mismo
paño “blanco invierno-primavera-verano” para guiar su sendero de
malezas. Sin maldad y finalmente encallado en una cascada, encontró
lo que su afán había buscado.
¿Hasta
qué punto el peso emocional abruma el mental? En este punto cabe,
aunque a la fuerza, hacer una digresión en torno al entorno
psicoespiritual de La Couteau, un radio-teatro bien formulado y cuyos
derechos fueron ya vendidos al espectador tiempo ha. Una cosa es el
deseo pro y otra el nunciado, al igual que la lógica constructivista
no es exclusiva. Vanja habrá pedido currículum y experiencias
profesiovitales, pero las resoluciones en un plano intraceptivo
parecieran tener más urgencia...
...y
La Zona lo supo desde el principio.
“¡Podremos
jugar a las cartas, pero ellas ya están echadas!” Fue la sentencia
que el ruido de las aguas le dio a Vanja. Ella, con la ansiedad que
caracteriza su cuchilla cuando cae en el antebrazo de alguna víctima,
no comprendió suficientemente y siguió adentrándose en esa cascada
de modificaciones. Llegada a una habitación abandonada, se sentó
silenciosa por minutos irreversibles
y
tras muchos goteos desde el techo supo entonces
qué
hacer:
“es
tiempo de irnos de gira y afilar la cuchilla en otras piedras no tan
melladas”.
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